6.1.10

Han pasado varias semanas desde el baldazo de agua helada que detuvo mi corazón el diez de noviembre cuando despreocupadamente contesté aquel llamado. Desde entonces he pasado por las diferentes etapas del duelo, quede catatónica incapaz de mover un músculo; lloré, lloré hasta sentir que se me caerían los ojos, hipando. Entré en la desesperación por confirmar personalmente que lo escuchado era cierto y tuve la respuesta categórica del trabajo del sepulturero. Transité así estos días hasta hoy en que siento palpable la ausencia, hoy que tomo certera conciencia del vacío que se ha generado en mi vida y en mi interior.
Por eso necesito compartir contigo que estás del otro lado estas palabras.
Este blog fue abierto en uno de los muchos intentos por sostener el puente que me permitía llegar a una persona que ha sido y será siempre muy preciada para mí. Ella me ayudó a abrirlo, a elegir el nombre, a diseñar el marco…
Lamento decir que mi plan fracasó. Mi amiga tan querida siguió empecinada en desdibujarse extraviándose en un universo fuera de la vida, como un largo y sinuoso ejercicio de despedida.
Hoy este espacio, como tantas otras cosas que nos atravesaron durante quince años de amistad, toma otra dimensión.
Pequeños signos cotidianos que me remiten a momentos de felicidad o de humor se han cubierto por un velo sedoso y frío.
Ya no está transitando sus horas en el mismo punto cardinal en el que yo estoy, ya no puedo verla frente a la pantalla obsesionándose por un texto que tres borradores atrás ya había quedado perfecto. Ya no significarán lo mismo las flores amarillas ni los soles ni la danza. Adiós a los mates en el parque, a los puchos sin olor a pucho yaciendo en el cenicero. Adiós a los rituales de los que recién ahora tomo conciencia que teníamos, igual que cuando realmente te sentás a respirar con la concentración puesta en el aire solo en el aire que entra y sale.
En estos momentos se hacen palpables los pequeños milagros cotidianos que logramos para los que amamos.
Vano intento el de mi amiga de borrar el rastro de su paso por la vida. Su mayor error fue no notar qué cantidad de almas había tocado irremediable en su camino.
No creo que estuviese hoy en un lugar diferente del que estoy si no la hubiera conocido, pero definitivamente mi vida y yo misma seríamos más pobres, más ciegas, más vanas.
Estará Marcela en mi corazón y en mis palabras hasta el día en que me toque partir. Llevaré a Marcela en mí cual amuleto contra la oscuridad de la mente.
Una vez brindó por mí con ese modo tan tan bello de expresarse que tenía, hoy brindo por ella, en su honor, por su calidez, su curiosidad, por su capacidad creadora, por sus múltiples talentos que se negaba a reconocer, por la perseverancia en la búsqueda de la palabra.
Voy a alzar esta copa simbólica deseando de todo corazón que en su último aliento haya encontrado esa paz que tanto se le negaba y deseando que la última imagen que sus ojos captaron haya sido la de su tan amada luna, que ya no será la misma luna para mí jamás… jamás.