25.2.11





Notas sueltas 3


Me encontré hace un momento pensando en la muerte.

No es que todo el tiempo pase por este tópico, pero si lo hago bastante seguido.

Será que está allí donde uno posa la mirada en el diario vivir.

No quiero ofrecer aires de superación ni una imagen estoica de mi persona respecto a este tema. Lo contrario, tal vez. Me cubre la misma fragilidad que a cualquier ser capaz de generar empatía o afecto con el afuera.

El tema es que pensaba en la muerte y puntualmente en esa particular habilidad que tiene de hagarrarnos de sorpresa, con los calzones siempre bajos.

Esa maldita destreza de tatuarnos en el rostro una expresión algo estúpida e inmóvil. Una expresión mezcla de pasmo y fascinación, de estupor y asombro.

Ninguna muerte, ni la piadosa con aires de diva que siempre se hace rogar, ni la cruel ni la distraída que te ataja en una esquina como diciendo ¨ vi luz y subí ¨, ninguna se exime de entregarnos ese toque que nos deja dando vueltas sobre nuestro propio eje, como un trompo destinado inexorablemente a estrellarse contra el piso.

La conmoción y la congoja vienen después, quizás segundos después, pero siempre durante un instante, o días, o años, quedamos catatónicos, sin entender del todo todavía el efecto que su paso ha dejado ya instalado, cual bomba de tiempo, en la realidad, en nuestra vida y en los corazones.