18.11.13







La tristeza  tiene el mismo devenir que el mar, se da por olas. Y en su ciclotímico proceder, hay días de mareas severas y furiosas en donde no se ven horizontes claros ni posibilidades de que el dolor amaine. Ese dolor huracanado que parece que nos quebrará cada una de las costillas. 
Y hay días en que se ve como una pileta tranquila y tenemos la falsa sensación de que lo peor ha pasado.
Lo que sí sucede, con el tiempo, es que aprendemos a navegar ese mar. Nos transformamos en marinos expertos, y si somos afortunados, conseguimos sacar provecho de los momentos de calma.
He reflexionado sobre los últimos instantes, sobre las cosas que hacemos sin saber por última vez, a las personas que vemos sin saber por última vez.
Tendemos a lamentarlos, resentidos por no haber tenido la sapiencia que nos alertara que era un tramo final.
Sin embargo creo que es mejor transitar  los momentos finales de cualquier circunstancia con la honestidad del que ignora. De otro modo, ya no discurrirían los eventos con la naturalidad que requieren; al contrario, lejos de saborearlos los estropearíamos con excesivo condimento o con la amargura propia de lo que ya no será jamás.
Esta pena enorme que hoy tengo, es agridulce. Ya no estás, o estarás de otra manera.
Aun así, me queda tu mano en alto saludando y empujándome al descanso. Una imagen que se habría llenado de una opacidad ingrata de haber sabido que era la última porque sé que hubiera llorado, como lo estoy haciendo ahora.
Me queda el último te quiero, limpio, propio de lo que es verdadero y cotidiano. No sé si lo dijimos suficiente, ¿quién puede saber cuándo es suficiente decir te quiero?, pero si sé que ha sido dicho, incluso ese último día.
Me queda la última cena, la última charla, el último chiste.
Me queda tu amor, tu severidad, lo que me enseñaste incluso sin saber.
Me quedan las empanadas que siempre estarán atadas con tu memoria.
 ¡Me quedan tantas cosas! Sobre lo que soy, lo que quiero y lo que no quiero para mi vida. Has sido la vara que ha marcado el pulso del camino, me has dejado  pero también me has entregado herramientas para navegar por todas las olas de todos los océanos. Herramientas que te mantendrán amarrado conmigo siempre.
Para las aguas de esta tristeza tengo Los Imperdonables y los panqueques de manzana.