Irse, ¿A dónde?
Regresar, ¿Convertido en qué?
Había una vez… El comienzo de todas las historias.
Pero si había es que ya no hay, y si ya no hay ¿qué queda? De lo que no hay,
solo hay la nada, el vacío.
Sin embargo siempre sentimos un ¨ algo ¨ pulsando
allí en el aparente reinado de la nada, un ¨ algo ¨ que late y nos impulsa.
Quizás por eso los cuentos nos adviertan sabiamente
desde el principio, como si el había una vez fuese el apócope de: ¨ Había una
vez algo o alguien que se ha transformado por los eventos que se relatarán en
este espacio, que ha partido o nacido con ciertas características que se verán
modificadas o eliminadas en función de los acontecimientos que se suceden.
Queda fuera de las posibilidades de este relato responsabilizarse por el tipo
de devenir al que arribe ¨
¿Por qué nos contamos historias? La forma en que
miramos el mundo es una cadena de historias que, compartidas o no, nos
relatamos a diario. Historias sobre cómo son y cómo deben ser las cosas,
historias que fundamentan nuestros juicios y nuestras acciones.
Lo que entregamos al mundo y lo que recibimos de él
son historias. Hay una intrínseca necesidad del relato. No importa cuáles sean las circunstancias,
las culturas, los eventos. La necesidad de relatar historias es algo que
compartimos todos. Un imperativo para todos, como un modo de hacer saber que
estamos aquí, de tocar al otro para poder ser reales y existir.
Si lo que nos constituye es el relato de los otros
influyendo, saneando, marcando el nuestro, la idea de la soledad…
Y arrugó nuevamente el papel. Estaba estancado. Un
escritor vacío de palabras. Si al menos tuviera la certeza de que no había nada
por decir. Pero tenía tanto para decir, tenía miles de voces pujando por ser
derramadas en el papel. Sin embargo, cual embotellamiento de las seis de la
tarde, nada se movía entre la mano y el papel. El músculo se paralizaba, o brotaba
una verba decadente y desabrida que no representaba en nada todo lo que creía
querer expresar.
Necesitaba hacer tabula rasa, pensó. Y se rió de si
mismo. Como si aquello fuese posible. Nacemos blancos y espléndidos, pero es un
brevísimo período de tiempo en el que permanecemos en esa forma.
Se encontró recordando a algunos amigos de la ciencia
en esas noches en que todavía podía dedicarle tiempo a hablar y escuchar
zonceras maravillosas nacidas del espléndido apareamiento entre la pasión por
la ciencia y el alcohol. Muchos de ellos hasta negarían esa posibilidad.
Determinados desde la misma concepción. Nada de papeles en blanco para los
humanos.
Al escritor le gustaba la idea de que sí podíamos
respirar un aire nuevo y limpio de influencias en los primeros meses de la
vida, aunque nada de ello recordáramos después.
Volver al papel.
Historias.
Pequeños puntos que van constituyendo una imagen.
Pixeles como pinceles que nos crean.
Historias que nos relatan en tanto miembros de una
comunidad.
Lo colectivo es lo que transforma. La Nación que cobija a un pueblo y le cuenta
quién es y a dónde va. Ese pueblo que reescribe los relatos recibidos y los
diferencia. Y entonces podemos percibir diferentes intensidades y colores según
se viva, según se vislumbren nuevos escenarios.
Hacemos un cuento de cada día transitado, una
recapitulación que nos valide. Pero en ella insertamos tantas cosas de tantos
otros que han tocado nuestro camino o forman parte del entramado que nos
sostiene, que el relato se amalgama.
El escritor se demora en ¨ amalgama ¨ No suele usar
esa palabra. Sin embargo dice muchas cosas.
Amalgama. Mejunje diría la abuela.
Somos un mejunje de narraciones ajenas digeridas y
puestas otra vez en el plato.
¿Deberíamos dejarnos llevar por estos relatos?
Definitivamente no, sin digestión previa. Digerir para dirigir el pensamiento
hacia una meta determinada. Para saber que lo descartado también hablará de lo
que somos. Porque somos lo que elegimos y lo que no elegimos también.
¨ La ética es el límite de lo que no estamos
dispuestos a intercambiar ¨ dijo el profesor.
Y las letras quedaron retumbando y haciendo ecos
desde aquellos años de escuela en la mente y en el papel del escritor.
Somos también lo que no elegimos, o somos porque no
elegimos ciertas cosas. La memoria es una herramienta poderosa. Cae en la
cuenta el escritor, que ha escrito todo en base a la memoria. Inclusive los
relatos ficticios, germinados y macerados en las aguas de su imaginación ya le
saben a memoria. Puestos en el afuera toman entidad, son.
Suena el teléfono. Responder es una opción pero no
hacerlo también. Aún así agarra el auricular. Antes de llegar a apoyarlo en la
oreja ya escucha ¨ Ud se ha ganado….¨ Lo que sigue es lo usual, colgar y
putear. Jurar no volver a atender. Saber que es un juramento en vano. Volverá a
atender.
Mira el papel. ¨Son¨. El papel lo mira a él lo invita
a seguir garabateando lo que queda blanco.
Ser o no ser. No ser es imposible, es la nada. No hay
lugar para no ser.
Pero definir el ¨Es¨ es muy difícil. Siempre mirando
el cómo se es.
Así como no hay lugar para no ser, es necesario un
espacio para ser, un lugar donde estar para desarrollar el ser. La tierra de uno. De uno como comunidad que
nos constituye. Para ser hay que
demorarse en la tierra de uno, la de todos los días. La de los días de la
infancia hasta la de los días de la vejez. Y todo lo del medio. Siendo a cada
instante a cada paso generador de pasado de presente y de futuro. Por eso el
gerundio.
Se es en tanto se transcurre. Como aquel personaje
etíope, negro, judío, que para salvar su vida se trasforma en otro y porque se
transforma en otro es que se vuelve otro. Las circunstancias que nos encadenan
a la vida de otras personas y a la coyuntura que sus devenires forman.
El escritor mira su pared. Un sonido vecino lo ha
extraído de la página. Nada importante, una alarma de auto. Pero en ese gesto
tropieza su mirada con la imagen que tiene pegada en la pared. ¨Sin pan y sin
trabajo¨ de Ernesto de la Cárcova. Primer momento estético de su vida. Cuando
vió aquella pintura en el museo, por primera vez en su vida sintió el escozor
de la belleza. Entonces colgó una reproducción en su estudio, para no olvidar
jamás que ese escalofrío, ese vértigo eran posibles frente a una pieza
artística.
Ahora se pregunta cuál sería la circunstancia de ese
matrimonio. Qué coyuntura había construído su realidad. Qué historias habían
oído y relatado hasta llegar a ese momento. Qué mitos los sostenían.
Definitivamente no era un buen día para escribir. Ni
siquiera sabía por qué se había empeñado tanto en que algo saliera. Las
palabras eran dueñas de emerger o no según su antojo y ya había saboreado en
varias ocasiones lo famélicas que podían ser cuando se las empujaba.
Mejor me hago mate, pensó. Sacó la yerbera, liberó el
mate de la yerba usada. Puso la pava sobre el fuego y comenzó a untar un pan
con manteca. En ese proceso de gestarse el desayuno es que ciertas palabras
iniciaron una danza inexplicable, un sin fin de articulaciones. Y con el
espaldarazo de una mano invisible, sintió la náusea y la imperiosa necesidad de
volver al papel.
Así nació este poema. Desde el cotidiano devenir de
los minutos, poblado de todos y cada uno de los pensamientos que parecían no
haber llegado a ser pero que estaban.
¿Cuál es la salida?
¿De que caminos repetidos
e inútiles queremos escindirnos?
Esta sensación vacía en
qué transito y me transitan,
esta superficie brillante
que ciega y enraíza sin pudores.
¿Cuál es la salida del
silencio opresivo,
de las mañanas sin soles,
sin nubes,
sin aves rasgando el aire
y la quietud?
Sobrevivir a nuestra
propia desidia,
a nuestra siempre certera
noche negra.
Deberíamos valorar los
pequeños espacios de luz y de calor
que logramos generar en
solitario,
como un triunfo sobre nosotros
mismos,
sobre nosotros destinados
a ser algo más que nosotros mismos,
un reflejo,
la reinterpretación de
aquellos
que dejan su huella al
rozarnos
la vida y la piel.