La tristeza
tiene el mismo devenir que el mar, se da por olas. Y en su ciclotímico
proceder, hay días de mareas severas y furiosas en donde no se ven horizontes
claros ni posibilidades de que el dolor amaine. Ese dolor huracanado que parece
que nos quebrará cada una de las costillas.
Y hay días en que se ve como una pileta tranquila y tenemos la falsa sensación de que lo peor ha pasado.
Y hay días en que se ve como una pileta tranquila y tenemos la falsa sensación de que lo peor ha pasado.
Lo que sí sucede, con el tiempo, es que aprendemos a navegar ese mar. Nos
transformamos en marinos expertos, y si somos afortunados, conseguimos sacar provecho de
los momentos de calma.
He reflexionado sobre los últimos instantes,
sobre las cosas que hacemos sin saber por última vez, a las personas que vemos
sin saber por última vez.
Tendemos a lamentarlos, resentidos por no haber tenido la sapiencia que nos alertara que era un tramo final.
Sin embargo creo que es mejor
transitar los momentos finales de
cualquier circunstancia con la honestidad del que ignora. De otro modo, ya no
discurrirían los eventos con la naturalidad que requieren;
al contrario, lejos de saborearlos los estropearíamos con excesivo condimento o
con la amargura propia de lo que ya no será jamás.
Esta pena enorme que hoy tengo, es
agridulce. Ya no estás, o estarás de otra manera.
Aun así, me queda tu mano en alto saludando
y empujándome al descanso. Una imagen que se habría llenado de una opacidad ingrata de haber sabido que era la última porque sé que hubiera llorado, como lo estoy
haciendo ahora.
Me queda el último te quiero, limpio,
propio de lo que es verdadero y cotidiano. No sé si lo dijimos suficiente,
¿quién puede saber cuándo es suficiente decir te quiero?, pero si sé que ha
sido dicho, incluso ese último día.
Me queda la
última cena, la última charla, el último chiste.
Me queda tu
amor, tu severidad, lo que me enseñaste incluso sin saber.
Me quedan las
empanadas que siempre estarán atadas con tu memoria.
¡Me quedan tantas cosas! Sobre lo que soy, lo
que quiero y lo que no quiero para mi vida. Has sido la vara que ha marcado
el pulso del camino, me has dejado pero
también me has entregado herramientas para navegar por todas las olas de todos
los océanos. Herramientas que te mantendrán amarrado conmigo siempre.
Para las aguas
de esta tristeza tengo Los Imperdonables y los panqueques de manzana.
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