Caminar por la cornisa de tu olvido, oscilando mi alma entre el abismo sin tu cuerpo y el pozo de espanto del espacio, demasiado amplio, por tu ausencia.
Escrupuloso, abrazado a cada minuto y en todos los pasos se avinagra en la sangre el miedo.
La bolsa de besos está vacía y las manos cerradas no alcanzan para conservar tu promesa, diluida, a sabiendas, he desandado los pasos pisando en viejas huellas marcadas por alguien que alguna vez se pareció a mí. Pero no es suficiente retornar, deshacer el camino para estar de regreso. Casi siempre la partida implica una transformación y cada retorno un nuevo destino.
Cuando uno ha pasado frente a aquel espejo de pasillo surge de él una figura que no vislumbra más que su eco y nunca es igual, calidoscopio del viajero insomne que no vuelve jamás a ninguna parte.
No aquieta la bravura de los fantasmas esta tibia versión de la amistad. Se anquilosa en la roca y se quiebra cuando choca con la amargura azul de verdades que sangran.
Encender mi vela no opondrá a la oscuridad más recursos que débiles razones de abandono. Correr los postigos clausurando palabras no ayudará en el rescate de aquellos amaneceres extraviados.
Aún así yo estoy aquí.
Me instalo aguardando en mi ventana, esperanzada.
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